El movimiento se demuestra andando (por las calles)

No temas a lo que ha estallado.
 Si has de hacerlo,
 teme a lo que aún no explotó.
 (Suheir Hammad)

En este momento, en alguna estancia de un palacio, el rey Mohamed VI se deja acicalar. En cosa de media hora, todas las cámaras le estarán apuntando. Esta noche, a las nueve, el rey de Marruecos presenta, en vivo y en directo para todos ustedes, el borrador de la nueva Constitución con la que ofrece una respuesta a las protestas populares que desde febrero tienen agitado a su pueblo. Dicen las voces oficiales que es una constitución “más justa”. “Más democrática”. “Más moderna”.

La pasada madrugada, en la ciudad de Buarfa, en el noroeste del país, diez militantes asociativos y sindicales fueron condenados, tras diez horas de juicio, a penas de entre dos años y medio y tres de cárcel, por su actividad subversiva.

Así está el patio.

* * *

 

Desde que escribimos por aquí acerca de los jazmines tunecinos, han pasado unos cuatro meses y sobre todo muchas cosas. En dieciséis semanas, nuestras percepciones han cambiado, el imaginario se ha visto sujeto a un vuelco de nombre. Hemos pasado de la incontenible alegría esperanzada por Túnez y Egipto a la tristeza por Libia, al miedo por Siria, la intriga en lo que concierne a Bahrein, la prudencia cuando se habla de Yemen. La incertidumbre también, ahora, por Túnez. La expectación que nos produce un Egipto cuya reconstrucción cotidiana lo pone en el filo.

En estos cuatro meses, también en Marruecos las cosas han ido dando brincos. Tejiendo. Haciendo raíz. Levantando su propio calendario.

Mientras, por aquí hemos estado callados, como quizá no esperabais.

Hemos estado callados mientras la gente salía a la calle.
Hemos estado callados mientras los compañeros marroquíes estructuraban las razones de su lucha.
Hemos estado callados mientras la policía daba ostias a mansalva.
Hemos estado callados mientras el Gobierno proponía reformas y en el norte se inmolaba una mujer.
Hemos estado callados mientras se entregaba el borrador de una nueva carta magna y en el sur moría un joven a causa de los golpes recibidos.

Hemos estado callados.

Entre la vergüenza y la culpa por no escribir, callados.
Entre el miedo a equivocarnos y la inseguridad del no saber, callados.
Entre la seguridad de estar trabajando y la sonrisa de sentir que antes o después se lograría contar bien, callados.

* * *

 

Marruecos está, ya sabéis, en una especie de cuerda floja, o tal vez en una ventana, o quizá en el umbral de una puerta. No puede abstraerse e ignorar lo que sucede en los países vecinos. Pero no parece tampoco dispuesto a lanzarse con igual vehemencia que ellos al océano de los cambios.

Mientras todo eso ocurre, desde nuestra atalaya de barrio cómodo en la capital, miramos los toros desde la barrera que supone ser extranjeros en un cruce de caminos.

Cada vez que hay una manifestación, dudamos si salir a la calle: «¿Es moral mirar desde un café cómo otros se juegan el tipo? ¿Es legítimo acercarse más a los manifestantes? ¿Debo ser audaz testigo o ser respetuoso huido, si empieza a llover leña?».
Cada vez que hay una conversación, dudamos de cuánto involucrarnos: «¿Con qué derecho me atrevo a dar opiniones sobre una pelea que ni siquiera me incumbe? ¿Estaré siendo eurocéntrica en este comentario? En serio, ¿me estoy enterando de algo?».

* * *

Aparece entonces la dificultad de escribir (que ya habéis visto quienes visitáis con cierta constancia esta casa). Una sombra espesa y molesta, la inmensa dificultad de escribir.

En estos cuatro meses hemos ido acumulando recortes sobre la mesa, enlaces con estrellita en la bandeja de gmail.
Los atravesaba a todos la sensación constante es que no entendemos nada. Cuando creemos haber agarrado una pizca de comprensión, algún comentario, alguna revelación, algún dato, nos la arrebatan sin piedad. «Nadie sabe qué va a pasar» es la frase más repetida.

«Tengo razones para sostener que la verdad anda zascandileando como un canguro que ha extraviado a sus crías», escribe el poeta Juan Carlos Mestre. Cada vez que hablamos nos sentimos inseguros, toda opinión tiende últimamente al error. Cada vez que hemos creído tener escrito un artículo adecuado, algo ocurría y todo requería de pronto ser contado de otra forma.

Concluimos entonces que cuando una no es lo suficientemente rápida, sólo cabe ser enormemente lenta. Fuimos dejando el artículo madurar a su lento ritmo.


* * *

Ayer volvió a ocurrir. En las últimas semanas hemos estado trabajando en especial profundidad la actualidad marroquí (viviéndola, leyéndola) para cumplir con propiedad un par de encargos. Los apuntes a medias iban tomando, paralelamente, también forma para salir a la luz aquí.

El artículo estaba casi listo.

Y ayer, Mohamed VI, rey de Marruecos anunció que hoy haría públicas las líneas maestras de su borrador constitucional.

Nos vinimos abajo: “ha vuelto a pasar. Otra vez a la mierda todo lo escrito”.

“Pero no”, dijimos luego. De eso nada. Hemos escrito sobre cuatro meses. Lo que quiera que pase hoy no cambia nada. Es solo un punto más en una línea.

“Es más”, dijimos: “today is the day”. El artículo está listo. Pase lo que pase.


* * *

 

En estos tiempos inestables como un equilibrista borracho, las palabras tienen un peso mayor aun de lo habitual. Y entonces, como decíamos, no sabemos escribir. En este silencio me ha venido reafirmando estas semanas el silencio de los demás. No escribía en su blog mi antiguo vecino y colega Antonio Navarro (lo hizo solo hace unos días). No escribían sobre el tema Xavi ni Lina. Sólo Zacarías García había subido algunas fotos a su espacio, y han sido apenas un par de los tantos y tantos cientos que seguro tiene en casa.

No me escudo el silencio de mis vecinos como justificación, sino que lo señalo porque, a nuestro entender, importa. Aquí, como en la música, como en el amor, el silencio también es un signo cargado de significados.

Pero, dice Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría, «¿acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?».

Ha llegado el momento. Vamos a intentarlo: interpretar el silencio que nos rodea.

Para ello, hemos optado por, simplemente, poneros en las manos los trozos, los desgarrones, de todos los papeles que hemos roto en estas semanas, de todos los artículos que no escribimos. Os dejamos un collage de percepciones hecho con los recortes acumulados de periódicos, los enlaces que al fin podremos borrar, las fotos que no hicimos, todos esos pensamientos.

No tenemos ninguna respuesta, pero queremos contaros lo que estamos viendo desde aquí, desde la barrera.


* * *

 

Porque creemos aun en el modo en que unas cosas llevan a las otras, en el juego ese de causas y consecuencias, tenemos claro por dónde queremos empezar nuestro relato de lo que está pasando en Marruecos: una mañana de febrero, una serie de gente salió a la calle y echó a andar. Lo que ocurrió después, lo que ocurre aún, debe entenderse desprendiéndolo de eso.


* * *

 

(No viene mal el día para este capítulo de caminares: nuestros propios paseos revolucionarios de ayer podrán quizá despertar la empatía, apoyar la comprensión. Al final, todos, aquí y allá, estamos andando calles para lo mismo. Casi lo mismo).


* * *

 

El relato debería empezar, parece claro entre la confusión, por dar de un modo u otro reflejo de lo que se ve. ¿Y qué es lo que se ve? Por una vez, fíense de la prensa: se ve gente en la calle. Se ven marchas. Pancartas. Manifestaciones A veces gritos libres, a veces gritos de dolor.

No pondremos fotos, porque esto es una foto. Dejamos el análisis, las razones, los hilados, para otro momento. Aquí sólo estamos abriendo una ventana que da a la calle.

La calle: un tira y afloja entre la palabra desatada de la gente y el violento silencio impuesto por las fuerzas del orden.


*  *  *

 

Empecemos entonces por una panorámica, una breve cronología de esta estación revolucionaria que sería en Marruecos más que de jazmines o buganvillas una primavera de las mimosas:  árbol cuyas flores tímidas brotan en varias direcciones y constantemente, sin que pueda saberse nunca si han salido o no del todo, y cuyas hojas se cierran sobre sí mismas -aunque sin morir- cuando son rozadas por una mano extraña, con una vegetal prudencia que les permite seguir viviendo.

Pero que acaba, con todo, por teñir de amarillo las calles enteras, de pronto, una mañana, sin que se sepa apenas cómo ha ocurrido.


*  *  *

 

El 20 de febrero, en lo que parecía entonces una inercia eufórica que iba sumando países a la estela que había dejado la subida de Túnez hacia el empoderamiento popular, las calles marroquíes fueron tomadas, por primera vez en décadas, por manifestaciones masivas que, en las distintas ciudades, mostraban su apoyo a los pueblos en rebeldía y empezaban a intuir, en consignas y pancartas, tímidas propuestas de lo que en los meses siguientes habría de convertirse en todo un plan de quejas  a su propio régimen.

Detrás de la iniciativa estaba un grupo de jóvenes activistas, procedentes de distintos dominios de militancia o repentinamente concienciados por las noticias de los países vecinos, que serían denominados en adelante por el día de su primera salida a las calles: “movimiento 20 de febrero”. Fuera por genuina convicción ideológica o convencidos por ese «tenéis que ser los siguientes» que parecía decirles a todas horas la televisión, el caso es que se juntaron y lo hicieron.

Este debut revolucionario fue tranquilo en las grandes ciudades, donde las avenidas se llenaban de familias casi de paseo, perfectamente respetadas por los agentes y militares. No ocurrió nada de lo que se temía, no apareció ninguno de los cocos con los que los conservadores prevenían de los riesgos de la revolución tratando de disuadir a la gente de unirse a ella: ni se la apropiaron los islamistas, ni hubo violencia por parte de las fuerzas del orden, ni disturbios provocados por los manifestantes. Las familias recibían vasitos de agua de manos de la policía.

(Fuera de Rabat, sin embargo, lejos de los flashes de los corresponsales extranjeros y los focos de la televisión, las cosas no eran exactamente así, según comenzamos a saber días más tarde. En las zonas rurales y ciudades pequeñas, sobre todo del norte, la situación no era exactamente la misma: la muerte de 5 personas en circunstancias nunca del todo aclaradas en Alhucemas y confusos episodios de violencia en Larache, Tánger, Fez y Marrakech dieron medida de lo que podría ocurrir en adelante).

Pero la primera salida a las calles pudo, pese a todo, ser considerada un éxito.

Motivado por ello, el movimiento decidió convocar una manifestación masiva cada mes, siempre el domingo más cercano al día 20. El incendio se extendió de boca en boca y de ciudad en ciudad: en las últimas convocatorias, ya eran 111 las localidades movilizadas en todo el país.

Así, el 20 marzo tuvo lugar la segunda movilización masiva. Dos semanas antes, el rey Mohamed VI había dado un discurso planteando una serie de reformas y prohibido en consecuencia toda manifestación, pero a los activistas les dio igual. Una semana antes, una concentración ante el Parlamento había sido objeto, en Rabat, de una violenta represión y una serie de detenciones, pero también les dio igual. Lejos de amedrentarse, el 20 de marzo salieron a la calle calientes.

Porque, represión aparte, habían estado pasando otras cosas. El discurso del rey no había sido satisfactorio, apuntando a un cambio descafeinado y meramente cosmético. La propaganda oficial desprestigiaba al movimiento con estrategias diversas. Y algunos llevaban su desesperación a las máximas consecuencias: a finales de febrero, en Suk Sebt, al norte del país, una joven de 20 años llamada Fadua Larui se había suicidado inmolándose. La razón, que se le acabara de negar una ayuda a la vivienda por ser madre soltera. O, mejor dicho, todo el cúmulo de circunstancias del que esta no era sino la gota que colmó el vaso: el repudio, la pobreza, la discriminación, la necesidad de mendigar, la absoluta falta de apoyos y de posibilidad de mejorar su condición. (La suya no había sido, por lo demás, la única inmolación de la temporada: en diversos puntos del país, varios hombres intentaban en esos mismos días darse muerte del mismo modo, siguiendo el triste pero eficaz ejemplo del mártir tunecino Buazizi).

El caso es que el 20 de marzo los manifestantes no se vinieron abajo y celebraron su aniversario revolucionando volviendo a caminar por unas y otras ciudades.Esta fue la primera manifestación que vimos en vivo (febrero nos había pillado descansando en España). Nos sorprendió, nuestro primer contacto con las concentraciones «a la marroquí». Había vendedores de chucherías en los márgenes de la marcha y gente que se desmarcaba de tanto en tanto para arrodillarse en algún cesped y rezar, haciendo sonar letanías entre las consignas. Había señoras sentadas en los parterres, con sus pancartas bajo el brazo, y grupos disgregados que de pronto se daben la vuelta y caminaban en sentido contrario a la cabeza de la manifestación. Un tipo sobre un furgón gritaba que la plaza del cine sería desde ahora la Plaza Tahrir de Marruecos: sin éxito, nadie le hacía el menor caso. Consignas de «Alá es grande» se mezclaban con otras que pedían laicidad. Las chicas con las chicas, los chicos con los chicos. Y más allá de eso, sorprendente poca presencia de mujeres en las filas de los militantes; y sorprendente que parecía haber, en proporción, más mujeres veladas que descubiertas.

Aunque sólo unos días antes habían llovido porras y golpes, esa mañana fue tranquila. En Rabat se veía tan poca policía que sólo cabía pensar que uno de cada dos o tres manifestantes tenía que ser un secreta (porque que no hubiera de verdad policía…eso no se lo creía nadie).

«Queremos más igualdad y menos corrupción», «no al cúmulo de fortuna y poder», «por un rey que reine pero no gobierne». Y luego las grandes palabras: dignidad, libertad, justicia. El 20 de marzo se fue dejando vivir.

El 24 de abril no fue muy distinto, aunque contó con dos novedades: la presencia cada vez mayor de islamistas entre los manifestantes y el hecho de que se celebrara no en el centro de la ciudad sino en un barrio popular, logrando sacar así también a las calles a las gentes de clase más baja, que hasta entonces se mantenían más alejadas del movimiento, al que consideraban elitista.

Pero es, ya sabemos, en los intersticios del tiempo donde ocurren buena parte de las cosas más importantes. Además de estas manifestaciones masivas y convocadas de manera más o menos organizada y centralizada en el movimiento 20 de febrero, la consecuencia de esta primavera contagiosa fue que todo el que tenía algo por lo que protestar se fue animando a hacerlo, y a salir a pisar adoquines portando sus reclamaciones. De los médicos a los parados, de los bereberes a los islamistas: durante un par de meses, era raro el día en que al salir de casa una no se encontraba una marcha de tal o cual signo cruzando la calle de camino al palacio o el Parlamento.

El propio movimiento, a su vez, tomó una dinámica parecida. Como no queriendo dejar que nadie olvidara que ahí estaban, los jóvenes del 20 del febrero empezaron a llenar también los huecos entre 20 y 20 con multitud de propuestas variadas y llamativas. Aparte de las manifestaciones clásicas, comenzaron a convocar iniciativas como donaciones de sangre bajo el signo de su movimiento, repartos de flores o un inesperado freeze en la calle principal de Rabat.

Fue una de esas actividades de tono en principio más lúdico e inocente la que vino a cambiar el clima de las calles.El 15 de mayo se organizó un picnic de protesta ante el lugar en el que, se supone, se encuentra en la ciudad de Temara, cerca de Rabat, un centro de detención ilegal y tortura. Esta acción marcó la frontera de lo que el régimen está dispuesto a tolerar.  Parece que ahí se había tocado algo intocable. Fue reprimida con violencia. Con mucha, mucha violencia. Dieciséis de los manifestantes acabaron en el hospital, y el precedente quedó sentado para todas las movilizaciones que siguieron.

El 22 de mayo, el 28, el 29…: en cada nueva ocasión, las calles fueron tomadas casi por tantos efectivos del orden como manifestantes, y estos fueron perseguidos a la carrera por las ciudades y apaleados a plena luz de la tarde, según denunciaron varios activistas y corroboró un informe de Amnistía Internacional. En las grandes arterias de las ciudades se impedía caminar juntas a más de dos o tres personas, se sucedían los arrestos. El Estado había decidido marcar claramente los límites, y se había embarcado en una política de tolerancia cero a todo lo que cuestionara las instancias de poder y sus designios.

Las manifestaciones siguieron, pero en un marco cada vez más hostil, y con cada vez peores consecuencias.

El 2 de junio, en la ciudad de Safi, en el sur del país, murió Kamal Ammari, activista, treinta años. Golpes en el pecho y en la cabeza recibidos durante la concentración del fin de semana anterior se complicaron porque no fue al hospital. No fue al hospital por lo mismo que muchos otros heridos en manifestaciones no van tampoco: porque los ficharía la policía. El caso es que murió. Su funeral se convirtió en un acto de conciencia, al que acudieron multitudes y acabó por convertirse en una manifestación en sí mismo. Las mujeres desafiaban la tradición y se unían al cortejo de las exequias. Los hombres cambiaban los rezos de despedida por los gritos de rabia.

Desde entonces, la situación no ha mejorado. Las concentraciones que se convocan apenas pueden tener lugar: la policía las disuelve sin darles apenas tiempo a formarse. El pasado fin de semana, después del discurso del acicalado rey, las fuerzas del orden encontraron incluso un apoyo espontáneo: el de las contramanifestaciones de marroquíes pro-Mohamed VI que salieron al encuentro de los subversivos para decirles a su manera lo que piensan de las reivindicaciones.

No son buenos tiempos para la calle. Ya no.

Pero, insisten los que gritan: la calle no se calla. Tampoco aquí.

* * *

 

En una conferencia en algún momento en medio de toda esta vorágine, escuchamos decir al dramaturgo tunecino Fadhel Jaïbi:  «Je ne sais pas ce que ça veut dire je m’engage. Mais maintenant je sais bien ce que veut dire dégage«. («No sé qué quiere decir me comprometo. Pero ahora sé bien lo que quiere decir lárgate«, sería la cosa en español, mucho menos lucida).

«Dégage», «Lárgate»: uno de los eslóganes que hemos aprendido esta primavera. En Marruecos se aplica también la humilde postura de Jaïbi.  Sepa o no qué significado darle a su propio compromiso, la gente ha abierto esta misma ventana que hoy os ofrecemos, y ha mirado qué pasaba fuera.

Y podrán saber o no, por ahora, lo que significa o puede significar este movimiento, pero sin duda saben que se demuestra andando.

Por las calles.

* * *

 

Dijimos que esto se trataba de gente en la calle. Ya hemos hablado de la calle. Ahora vamos a hablar de la gente.

Detrás del fenómeno está, en principio, esa marea humana que ha tomado el neutral nombre de su fecha de nacimiento: el movimiento 20 de febrero.

En principio eran una cincuentena. Hoy, vía facebook, twitter y calles varias, son miles. 62.096 en este preciso instante sólo en la red social (pero hay muchos que no transitan las ondas web: cientos de miles en cada ciudad).

Son muy jóvenes: dos de sus cabezas más visibles tienen 19 y 23 años. Pero les asesoran otras cabezas en la sombra que llevan muchos años, más incluso de los que ellos tienen, conociendo por la vía del hacer lo que significa el activismo.

Nacieron con ganas de emular a Túnez y dicen que de ellos aprendieron que los derechos no se piden sino que se arrancan, que la libertad se toma porque nadie te la ofrece.

Vienen de los movimientos sociales… o simplemente de sus vidas anteriormente tranquilas. De la súbita luz de haber visto que el mundo podía ser de otra manera.

Según las claves que ellos mismos eligen para contarse, no tienen jerarquías ni centro. Con comités en que cada uno desarrolla lo que mejor sepa hacer, funcionan por nodos locales que brotan a su ritmo. Defienden el pacifismo hasta cuando ya les están dando madera. Les gusta contar lo suyo a través de acciones modernas y resultonas.

Orgullosos hijos de Internet, no tienen organización ni líderes formales. No tienen afiliación política. Tanto han querido no significarse en ninguna línea que hasta cambiaron la fecha inicialmente prevista para su primera aparición pública porque coincidía con el aniversario de la creación del saharaui Frente Polisario, y no querían especulaciones ni asociaciones de ideas. Pero sí cuentan con el apoyo de algunas asociaciones y entidades de la sociedad civil, como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, ATTAC Maroc, el Colectivo de Asociaciones Amazigh, la Asociación Democrática de las Mujeres de Marruecos, la Organización de la Libertad de Prensa y de expresión o la Unión Nacional de Estudiantes de Marruecos. Por decir alguna, tomadas casi al azar, entre muchas (muchas, muchas…)

Llaman a la movilización. Llaman a la urbanidad.

En todo caso, han dejado oír una voz, la de los jóvenes, que tampoco aquí están como para tirar cohetes.

En todo caso han dejado oír una voz que por lo que parece bien pudiera ser la de cualquiera.


* * *

 

Hay a quienes no les gustan mucho, estos chicos. Hay quienes comentan que son élites. Que se reúnen en tal o tal bar de moda. Que puede haber quien haga reuniones paralelas con el poder. Que puede haber quien se esté buscando un ministerio.

Esto (esta crítica) ocurre desde el corazón de la estructura a derribar, bajo las formas de la propaganda y la calumnia, pero también desde los más laterales de los márgenes, desde los más aguerridos de los combatientes a quienes admiramos.

Esto ocurre siempre, supongo.


*  *  *

 

Cuando algo nace así de pronto, cuando algo brota de pronto como flor de estación y ocupa en tiempo récord portadas y conciencias, suele ser sano recordar que nada nace de la nada.

También en este país –también en estos países- la lucha por los derechos, por la justicia, por la verdad, por lo bueno, lleva décadas gestándose despacito y buena letra en calles, tesis, revistas, conversaciones, «disturbios», manifas.

Una plaza importa, pero la memoria también.

(Memoria de las asociaciones de derechos humanos que llevan años dejándose la piel porque nadie sea menos que nadie. Memoria de los afiliados a partidos clandestinos que llevan años jugándose el tipo porque su idea también sea puesta en juego. Memoria de los  licenciados en paro que llevan años dejándose romper la crisma porque se cumpla lo que se les dijo. Memoria de las organizaciones locales que llevan años partiéndose la cara porque si el pan sube, no hay pan que valga. Memoria de los sindicalistas que llevan años partiéndose el lomo para decir que no es lo mismo «sindicato» que «sindicato oficial».  Memoria de los bereberes que llevan toda la vida pidiendo que les dejen ser. Memoria de los saharauis, que ya sabemos. Memoria de los que están -todavía- en prisión por tratar de restituir la memoria, o lo que en el futuro será memoria).


* * *

 

En cualquier caso: mejor que por lo que son, estos muchachos se dejan conocer por lo que piden.

¿Quizá por eso se nos cuenta tan mal lo que piden? A juzgar por la prensa, se diría que han salido a la calle a tomar el sol. Al menos esa es la sensación que llevamos teniendo desde que empezaron a brotar por aquí y por allá las revueltas. Los titulares hablan de la gente que se manifiesta, pero así: «se manifiesta». Como mucho se mencionan palabras como «justicia», «democracia» o «dignidad».

«Cuando un dedo apunta a la luna, los idiotas miran el dedo», dice un proverbio de alguna parte.

Decimos nosotros que si esta gente se toma la molestia será porque algo quiere.

*  *  *

Bien es cierto que al principio los revueltos insistían mucho (igual que sus primos españoles o griegos, por ejemplo) en dejar claro que son «un movimiento de protesta y no de propuesta».

No parecía mala idea. Pudiera ser que sea más esperanzadora una postura impugnativa sin rumbo claro, una «inquietud sin nombre» capaz de buscar con limpieza.

Palabras como «libertad», «dignidad», «democracia» y «justicia social», sin embargo, son tan amplias y vagas que empañan un poco la acción.

Poco a poco y por sí mismo, el movimiento fue definiendo su wish list. Se establecieron como prioridades cuestiones como  la lucha contra la corrupción y el favoritismo, el derecho al empleo, la educación y la atención médica.

En ningún momento se puso en cuestión la monarquía, aunque sí sus atributos. Así, el movimiento aboga por una monarquía parlamentaria donde Mohamed VI reine pero no gobierne, deje de ser comendador de los creyentes y renuncie a privilegios y protocolos de reminiscencia feudal. También se ataca su intervenciónen en negocios privados (porque como quien dice, medio país es suyo o de su familia, con la propiedad de empresas inmobiliarias, bancos, minas, industrias, fuentes de energía…); y se pide que el presupuesto de la casa real se público (¿a alguien le suena familiar esto?).

Por otro lado, el pueblo exige una asamblea constituyente elegida, que el Gobierno dimita, que el Parlamento se disuelva, que todos los presos políticos sean liberados y se cierren los centros clandestinos de detención y tortura. Y que se lleve a juicio a quienes desde el poder hayan malversado, abusado, robado, torturado, mentido, prevaricado.

Se ataca al makhzen, ese invento nacional marroquí que consiste en una suerte de clase privilegiada, de corte u oligarquía por virtud de la cual una serie de familias con poder ostentan el de medio país.

Se propone una reforma de los medios de comunicación públicos, generalizar la seguridad social (que hoy solo beneficia a 2,4 millones de personas) y dar más poder a los gobernantes locales electos (frente a los gobernadores regionales nombrados a dedo desde palacio).

Y que la lengua amazigh tenga sitio.

Y una reforma efectiva de la justicia.

Algunos ven importante garantizar la libertad de culto, llegando incluso a pedir que la Constitución declare un estado laico.

Casi todos están de acuerdo en que estaría bien cambiar el código de la prensa para asegurar que no haya censura.

Los eslóganes de las marchas se cebaban particularmente en algunas cabezas visibles que para la gente ponen nombre a la corrupción y el nepotismo, y cuya caída se pide.

En un documento leímos, y nos encantó: «[Protestamos] también porque los 3500 kilómetros de costa, Maroc Telecom, las tierras agrícolas fértiles y las fuentes de agua han sido cedidas sin consultárnoslo. Peor aun: la operación de venta continúa todavía».

El nivel de concreción ha ido hasta el boicot al Mawazine, el festival musical más grande del país, que este año traía a Shakira en modo concierto popular con un presupuesto que daría para llenar los campos de bibliotecas.

Para ser un movimiento «de protesta y no de propuesta», no le faltan puntos al programa.

El analista Bernabé López los resume con un dardo certero:

«Piden una corrección, un cambio de rumbo».

* * *

Pero no están solo ellos. A la sombra de su bandera desfila toda una panoplia de manifestantes venidos cada cual de militancias y recorridos históricos muy diversos.

Seguimos diseccionando refranes. Dicen que «divide y vencerás». Pero, ¿qué ocurre cuando algo está dividido de antemano?

Una de las virtudes de esta primavera marroquí -como de sus hermanas de otros países- es haber logrado aunar a quienes parecían destinados a estar dispersos, juntar en una pelea unívoca deseos muy variados. Pero esto, que daría en principio una esperanza de entendimiento y sabiduría estratégica, tiene en lo cotidiano y logístico una contrapartida complicada: a un movimiento disgregado se le va mucha energía en las peleas internas.

No parece que esté ocurriendo, por el momento. Al menos en apariencia, el movimiento está sabiendo dejar de lado sus diferencias. Pero, ¿será así también cuando nadie le ve?

*  *  *

La alianza más controvertida fue -no podía ser de otra forma- la que metió en el ajo a los islamistas. Concretamente, a su rama más popular y más apoyada, el movimiento Al Adl Wa Al Ihsane (Justicia y Caridad), una organización ajena al juego político, sólo parcialmente legal, metida en algunos juicios y siempre polémica, liderada por un jeque-gurú y hija, y bastante cercana a planteamientos místicos y mesiánicos. Son gente que defiende la imposición de la ley islámica y que, sin embargo, desde su adhesión al movimiento han cedido y apoyan las peticiones de un estado laico, en un movimiento estratégico que parece apuntar a que, si el rey perdiera su dominio de la esfera de la fe, todo ese campo simbólico quedaría a su disposición (lo que podría, en una aparente paradoja, permitirles en un sistema más democrático llegar al poder que ahora les es inaccesible).

Otros dos partidos islamistas ilegalizados, «Al Uma» (Nación) y «Al Badil Al Hadari» (Alternativa de Civilización) también se unieron, a partir de marzo (no así el que tiene representación parlamentaria, el PJD). Los dirigentes de ambos forman parte del centenar de presos políticos que salieron a la calle en una de las absoluciones colectivas de condena otorgadas por el rey al poco de comenzar la protestas, en un intento de calmar los ánimos.

Dentro del movimiento, y aunque solo sea por veteranía, los islamistas aprecen como los organizados y fuertes. Pero su presencia no para de suscitar preguntas e inquietudes.

Luego están los bereberes, que se unen al asunto por su vía: pidiendo que se considere la amazgihté como componente de la identidad nacional y se oficialice su lengua. (Spoiler: ¿Final feliz? En la nueva Constitución se contemplan, efectivamente, sus demandas, en una de las pocas concesiones sin «pero» evidente).

Los «licenciados en paro» son otros de los que llevan mucha historia a sus espaldas. Hace ya más de una década que se manifiestan todas las semanas para solicitar que se cumpla una promesa que se les hizo: reservarles una cuota de plazas en la administración. Son un colectivo organizadísimo y autorreferente en el que es necesario inscribirse (y hasta pagar cuota), como modo de garantizar que los beneficios los gocen quienes los pelearon. Con sus chalecos de colores que los distinguen por carreras, hace ya tiempo que son parte del paisaje urbano menos silenciable.

El 1 de mayo, las manifestaciones del 20 de febrero se mezclaron con las del día del trabajo y los sindicatos declararon que secundan a los jóvenes en sus protestas. Los partidos políticos, por el contrario, se han situado casi desde el primer momento en contra de los manifestantes. Sus formaciones juveniles, por su parte… se han unido mayoritariamente a las contramanifestaciones que defienden el lema de «Dios, patria y rey» contra los insurrectos.

Las clases populares, last but not least, parecerían ser una de las piedras de toque de la cuestión. En un principio parecían poco motivadas con el asunto, sobre todo las de las barriadas de las ciudades (algo distinta es la situación en el campo, donde sí hubo movilizaciones importantes, sobre todo en el Norte). Tampoco el movimiento dirigió en gran medida, en principio, su discurso hacia ellas.  Pero en un momento dado, alguien debió darse cuenta de que sin su participación no eran ni serían nada, y en Rabat y Casablanca empezaron a trasladarse las convocatorias de manifestación de las arterias principales de la urbe a sus barrios de periferia. Y ahí sí: el volumen de las manifestaciones y el tono de las reivindicaciones empezaron a intensificarse.

Por supuesto, lo de la pluralidad se elevó a una potencia indescriptible en el momento en que empezó realmente a poder decirse que bajo la bandera del movimiento estaba «el pueblo».

* * *

Escuchaba hoy en un videomanifiesto de Anonymous: «no se puede cortar la cabeza a una serpiente sin cabeza».

Sin cabeza o con tantas, a este movimiento no hay quien le localice el cuello para dar el tajo.

Pero enseña la Historia a temer que «cuello» quiera decir para las hidras ese lugar en que se muerden a sí mismas cuando las cabezas empiezan a pelear. Con tantas voces internas, si quiere seguir viviendo, al movimiento marroquí no parece quedarle más opción que aprender a conciliar intereses, eso que tan mal se nos da a los humanos (y que ya está intentando, eso sí, con uñas y dientes).

Porque en sus filas no hay casi nada tan claro como que le va a ser vital superar lo que el poeta Alberto Porlan diagnosticó para la especie como: « el miedo que tenemos a juntarnos / porque nos conocemos».

* * *

17 de junio, 21h.

El rey sale a escena en la televisión.

Diez activistas entran en la cárcel.

“La verdad anda zascandileando como un canguro que ha extraviado a sus crías”.