Lenguas que nombran a Dios todo el tiempo

Cuando andábamos buscando idiomas comunes, nos tropezamos, por ejemplo, con que hay lenguas que nombran a dios todo el tiempo. El árabe, naturalmente, es una de ellas. Por eso, como a una no le gusta andarle haciendo menciones a un señor con el que no acaba de simpatizar, al llegar aquí, resultaba especialmente difícil decir algunas cosas.

Trataba de evitar toda expresión que contuviera la palabra Allah. Eso, naturalmente, complicaba un poco el día a día.

Particularmente en dos ocasiones.

Por un lado, en esa inacabable retahíla de cortesías que supone aquí el saludarse. Quétalafamilia, quetaleltrabajo, quétalasalud, quétaltú: durante minutos. La respuesta correcta a todo es alhamdullilah. Gracias a dios. Una isistía en contestar, mañana tras mañana, muybiengracias. Hasta que el otro desistiera por considerarme irremisiblemente guiri o irremediablemente incomprensible.

Por otro, el omnipresente inshallah.  De difícil traducción por lo que los lingüistas llaman pragmática, es un si dios quiere que sirve para todo. Lo pronuncia el fontanero después de fijar una cita y el frutero cuando le preguntas si tendrá tomates esta tarde. Lo pronuncia el guardia del trabajo cuando le deseas buen fin de semana y los amigos cuando les cuentas los planes para las vacaciones. Inshallah nos vemos mañana. Inshallahte enviaré ese correo. Por supuesto, trataba de evitar esa fórmula. Y me indignaba cuando me la decían (sobre todo en contextos de cerrar una cita): ¡si dios quiere no, hombre! ¡Será si quieres tú! Empeñada en la idea de tener un cierto control de los propios destinos, lograba ser a la vez descortés y categórica.

Pero tuve que ir cediendo en ambas, claro, poco a poco. Al ver que la retahíla de saludos no acababa hasta decir la palabra mágica;  al ver las sonrisas que suscitaba escuchar el formulismo de labios de la extranjera.

Y fue entonces, al pronunciarlas, cuando me di cuenta de que, dioses aparte, esas dos palabras son también como una quiere vivir.

Alhamdulillah:  saberse, al hacer balance, agradecida y sin queja. Sentir que no se puede responder ni bien ni mal, sino sólo sonreírle a ese ángel de la guarda que no sé sabe ni cómo se las sigue arreglando para que no nos pase na.

Inshallah:  poner relatividad a los planes, que no importe si no salen; asumirse pequeñitas en un mar de circunstancias, enraizar las prevenciones para que nadie se enfade si hay un vaivén.

¡Ahí va, poco a poco nos iban gustando!

Pasaban los meses y ya no sabía responder de otro modo cuando saludaba. Ya adoptaba por muletilla el si dios quiere en todas las frases conjugadas en futuro.

Aprendí así, también, mejor que nunca, cómo se encarnan los idiomas.

Lo pienso otra vez ahora, cuando ha llegado la hora de meter cosas en maletas.

Y es que se me ocurre que quizá esas dos palabras (las sensaciones que acompañan al pronunciarlas en el buen contexto) pueden ser algunas de las cosas más importantes que me lleve de este viaje.

Inshalah, alhamdulillah:

Una humilde alegría agradecida al responder a la pregunta qué tal.

 Una reverente prudencia despreocupada al pensar en lo que está por venir.